domingo, 10 de febrero de 2013


ESTADO-TEATRO Y TEATROCRACIA
El término Estado-teatro es usado principalmente por historiadores y antropólogos. Por historiadores principalmente para hacer alusión al antiguo régimen como lo hace Norberto Elías[2].De otro lado el antropólogo Clifford Geertz, lo aplicará al Estado de Bali, donde el Estado es el rito en sí mismo y el rey un protagonista de ese rito, si bien el más importante, y “la interconexión entre estatus, pompa y gobierno no solo permanecen visibles, sino que se pregona. Lo que nuestro concepto de poder público oscurece, el de los balineses lo expone”[3]

Geertz, hará desde una reconstrucción del “Estado”[4] de Bali del siglo XIX o Negara, una crítica radical, a la forma en que la teoría política contemporánea viene asumiendo el papel de la teatralidad en el Estado. El estudio de Bali, una sociedad que en el siglo XIX se muestra como un terreno propicio para analizar las formas de organización tradicional, se convierte a su vez en un ejemplo paradigmático de los límites de las teorías políticas desde el siglo XVI.

 Geertz se refiere a Bali como un Estado-teatro, no en el sentido de que el teatro que se practica en Bali cumpla una función social fundamental, aunque esto sea cierto. Ya Artaud se había referido al teatro Balines como un ejemplo a seguir en su proyecto de  teatro de la crueldad, y recordemos que este planteamiento de Artuad,  como Susan Sontag señaló, se trata de una revolución cultural, no política, a través del teatro. Sin embargo Clifford no hará referencia  alguna a este teatro ya universalmente famoso.

En palabras del autor: “la naturaleza expresiva del Estado  Balines estuvo  dirigida  hacía el espectáculo, la ceremonia, la dramatización de la desigualdad social y el orgullo de rango. Era un Estado- teatro “en que los reyes y príncipes eran los empresarios, los sacerdotes los directores y los campesinos el reparto secundario, los tramoyistas y la audiencia. Estos eventos con costos altísimos no eran medios para fines políticos eran fines en sí mismos, era para lo que servía el Estado. El poder servía a la pompa, no la pompa al poder”.[5]

Que esto sucediera de dicha forma lo demuestra el autor, a través de la forma misma en que el Negara en cabeza de su rey asumía la invasión de su reino. En 1891 el último de los reyes Mengwi  (un palatinato situado a 15 kilómetros de la capital actual Den Pasar) se encontró sitiado por sus enemigos habituales (Tabanan y Badung),  se encontraba totalmente sitiado, ya viejo y enfermo  pidió a sus sirvientes que lo transportaran desde el palacio hacia los invasores en su palanquín. Los tiradores  contrarios lo esperaban, dispararon, el rey cayó y nadie le ayudó a levantarse. Los enemigos se acercaron ha aprehenderlo él  rechazó ser capturado y por debido respeto tuvieron que matarlo. Igual sucedió en 1906 cuando el ejército Holandés llegó a Sanur, el rey, sus mujeres, sus hijos y su sequito marcharon contra el fuego. Cuando el rey y el príncipe fueron capturados, aprovecharon un descuido para suicidarse. La historia se repitió en 1980 en Klung klung, capital nominal de Bali.

De esta forma moría el antiguo orden, tal como había vivido, absorto en el espectáculo ceremonial.

Otro ejemplo, es la incineración como quintaesencia de la ceremonia real. Geertz  rescatará el texto de un holandés que  narra el asombro que dicho ritual de incineración de un imporante rey le causó. En efecto, se trata del más pomposo de los rituales donde todo el reino e incluso representantes de otros reinos, se lanzan en una procesión eufórica, llena de música y de colores. El cuerpo finalmente será incinerado de manera ritual junto con las esposas del rey que saltaran vivas y con la mayor convicción e incluso alegría, hacia las llamas, como expresión final de su fidelidad.

Geertz, señalará otros aspectos como la distribución del palacio que se convierte en una especie de teatro donde serán representados una y otra vez dramas acerca de la ascendencia y la subordinación. Otros aspectos serán, además del ceremonial ejemplar y la jerarquía de modelo y copia, de los anteriores, la competición expresiva y realización icónica; el pluralismo organizacional, la lealtad micro fragmentada, etc.

Sin embargo, no porque la sociedad balinesa se nos muestre tan diferente puede concluirse que se trate de un caso único al que merezca por su misma particularidad aplicarse el apelativo de Estado-Teatro. Ni siquiera podría ser una categoría que integre a todas las sociedades tradicionales donde la relación entre formas políticas y religión parece evidente.

Bali solo se constituye para Geertz en un ejemplo, quizá el más emblemático para poner en evidencia la deuda que las teorías políticas tienen con la teatralidad. Para estas teorías la teatralidad siempre sirve a otro fin, sea como amenaza para infundir temor, como espiritualización de intereses materiales del Estado, difuminar los conflictos materiales, forma de pregonar la intensidad de la voluntad de la nación, revestir de legitimidad moral lo que son procedimientos recibidos, hacer que las reglas parezcan verdaderamente establecidas. Pero en palabras de Geertz “en todas estas visiones, los aspectos semióticos del Estado (si prefigurando una aproximación alternativa a los temas entre manos, podemos empezar a llamarlos de tal manera) quedan reducidos a folclores en el sentido más peyorativo que se le pueda dar a la palabra. Exageran el poderío, esconden la explotación, hinchan la autoridad o moralizan el procedimiento. Lo que no hacen es actuar, hacer.”[6]

Similar reproche ya se encontraba en el antropólogo Johan Huizinga, cuando expresaba: “Los jueces se salen de la vida habitual antes de pronunciar sentencia. Se revisten con la toga o se colocan una peluca. ¿Es que se ha estudiado la significación etnológica de todo este aparato de los jueces y de los abogados ingleses?...Pero la peluca de juez es algo más que una supervivencia de un viejo uniforme. En su función hay que considerarla como bastante cercana a las danzas de máscaras de los pueblos primitivos. Convierte a quien la lleva en “otro ser”…El elemento deportivo y de humor que luce en los procesos judiciales con tanta fuerza, pertenece a los rasgos fundamentales de la vida jurídica en general.”

Independiente de cual acertada es la interpretación que hace Geertz de la teoría política contemporánea, su crítica se muestra certera al afirmar que ninguna de estas teorías,  ha otorgado el lugar que le corresponde a la teatralidad dentro de la construcción de Estado, su estudio etnográfico de Bali “restaura nuestra percepción de la fuerza ordenadora de la exhibición la contemplación y el drama.” En efecto: “Cada una de las nociones puntera desarrolladas en Occidente (dice Geertz) desde el siglo XVI sobre lo que es el Estado- monopolio de la violencia dentro de un territorio, comisión ejecutiva de la clase gobernante, agente delegado de la voluntad popular, invento pragmático para conciliar intereses- tiene su propia especie de dificultad en asimilar el hecho de que la mencionada fuerza exista (la fuerza ordenadora de la exhibición la contemplación y el drama). Ninguna ha producido una explicación trabajable de su naturaleza. Las dimensiones de la autoridad que no son fácilmente reducibles a una concepción de la vida política del tipo mando-y-obediencia, han sido dejadas a la deriva en un mundo indefinido de excrecencias, misterios, ficciones y decoraciones. Y sistemáticamente se ha malinterpretado la conexión entre lo que Bahegot llama las partes dignificas del gobierno y las eficientes.

“Esta mal interpretación, puesta de manera más simple es que la función, el oficio de las partes dignificadas es servir a las eficientes, que las primeras son artificios, más o menos astutos, más o menos ilusorios, diseñados para facilitar los objetivos más prosaicos del gobierno. La simbología política –desde el mito, la insignia y la etiqueta, hasta los palacios, los títulos y las ceremonias- no son más que el instrumento de propósitos ocultos debajo de ella) o por encima. Su relación con los verdaderos asuntos políticos –dominación social- son todos extrínsecos: “Divinidad estatal que obedece a los afectos de las personas”.[7]

Y la crítica podría tener vigencia aún, si se considera que lo más cercano que tenemos conocimiento como  aproximación de asumir la teatralidad desde lo que ella hace, se encuentra en el antropólogo político, Balandier. Este autor se referirá a la teatrocracia,  término cuya paternidad reconoce en  Nicolás Evreinov, para este director y teórico del teatro, existe asiento teatral en todas las manifestaciones de la existencia social, en especial en aquellas donde el poder tiene un papel importante.  Dirá Evreinov:

“Examine Ud. cada rama de la actividad humana y llegará a conclusiones similares. Verá Ud. que los reyes, los hombres de Estado, políticos, los guerreros, los banqueros, los hombres de negocios, los sacerdotes, los doctores, todos, pagan un tributo diario a la teatralidad, todos se someten a los principios dictatoriales de escena.


“Entonces comprenderemos también que la teatralidad todo lo domina, y que la población de nuestro planeta se encuentra gobernada, no por democracias, ni aristocracias, o plutocracias, sino por una “teatro-cracia”. Es el único régimen durable; está por encima de todos los regímenes políticos; ninguna revolución puede derribarlo y sobrevivirá a todas las fases de la evolución.”[8]

Para Balandier, los sistemas de poder tienen efectos similares a los que el teatro genera. Existe una relación íntima entre la puesta en escena y el arte de gobernar, las técnicas dramáticas son usadas para gobernar, el gobernante debe ser un actor político, lo que implica una apariencia, un discurso etc., los gobernantes deben superar las expectativas que de él se tienen, y esto no solo en las democracias. De esto existen múltiples ejemplos, desde el Bali de Geertz que por supuesto Balandier no nombra, pasando por  el príncipe de Maquiavelo (Savaronarola) que usa la religión para una transformación política total yterminando por  cualquier presidente actual.

El gran actor político, dirá Balandier, se servirá de lo imaginario para dirigir lo real, “puede, por otra parte, centrarse en una u otra de las escenas, separarlas, gobernar y hacerse él mismo espectáculo. El imaginario clásico proyecta sobre la escena en que se cumple el drama lírico las representaciones de un orden totalmente armónico. Produce ilusión y, haciéndolo, la justifica”[9].

Sin embargo, aún para Balandier la teatralidad sirve a algo más, en este caso a  la legitimidad, un poder establecido únicamente a partir de la fuerza o la razón únicamente, se vería constantemente amenazado, por lo que necesita de la teatralidad que tiene múltiples modelos, desde una forma religiosa que convierte el poder en una réplica o manifestación de otro mundo, como en el caso de Bali, que Geertz llama la doctrina del centro ejemplar, “corte y capital es la vez un microcosmos del orden sobrenatural (una proyección en escala menor) y la encarnación material del orden político”[10]. En otros casos, se acude al pasado colectivo y  también al mito del héroe, que será una forma agudizada de teatralidad, sin importar  sus capacidades, al héroe lo hace su fuerza dramática, el héroe señalará el futuro promisorio para sus súbditos.

La Democracia es para este autor el sistema donde la teatralidad es más débil, el poder se vale principalmente del arte de la persuasión, y solo en épocas de crisis adquirirá la teatralidad nueva fuerza. Con la utilización de los medios de masas por parte del poder, el Estado se transforma en Estado-espectáculo, “el teatro de ilusiones”, pero se trata solo de una ampliación de la teatralidad que siempre ha existido en las relaciones de poder. No solo las formas de gobierno sino las circunstancias influyen en el aumento de la teatralidad, como la desigualdad, el dominio exterior, el triunfo de la revolución. Pero independiente del régimen, todo poder político obtiene subordinación a través de la teatralidad, aunque esta sea más ostensible en unas que en otras. La teatralidad representa a la sociedad gobernada, le da una visibilidad en el exterior a su vez que le da una imagen de sí misma.

El poder usa el teatro para “señalar su asunción de la historia (conmemoraciones), exponer los valores que exalta (manifestaciones) y afirma su energía (ejecuciones)”[11]. Es este el más dramático de todos los aspectos porque activa la violencia de las instituciones y porque sanciona públicamente la transgresión que la sociedad y el poder han declarado inviolables.

El autor refiere formas en que se despliega el poderío político como en la arquitectura, lo cual también señalaba Geertz cuando hacia un análisis de la arquitectura del palacio al que ya se aludió, también al silencio y a un lenguaje propio.

Balandier dará una respuesta a alguno de los interrogantes que el estudio de Geertz dejaba entrever, dirigido a  la no aplicación exclusiva de la categoría Estado teatro en una sociedad tradicional como la de Bali en el siglo XIX, esta vez bajo el nombre de teatrocracia; al igual que la falta de justicia que se le hacía a este Estado-teatro al intentar comprenderlo desde las  la teorías políticas contemporáneas, parecía acertada.  En efecto, la extensión de dichas críticas a los Estados modernos, parecía no ser tan evidente, pero Balandier, dirá que “las sociedades de la modernidad permanecen en relación con todos estos aspectos, más próximas a la tradición de lo que podría antojarse. Han cambiado el modo de la representación, puesto que han sufrido los efectos de la laicización, pero no por lo que se refiere a lo esencial”[12].

Podríamos preguntarnos qué tan cercano está realmente Geertz de Balandier, este último en algunos apartes parece caer en lo que Geertz criticaba a las teorías políticas contemporáneas, cuando muestra  la teatralidad no como un fin en sí misma,  sino como una forma de legitimar el poder, solo que a diferencia de estas teorías políticas que Geertz critica, Balandier le dará un importante papel a la teatralidad, quizá el mas importante.

 

BIBLIOGRAFIA

BALANDIER, Georges. El poder en escena. Ediciones Paidos. 1994

EVREINOFF, Nicolas. El teatro en la vida. Ediciones Ercilla,1936

GEERTZ Clifford. Negara. El Estado-teatro en el Bali del siglo XIX. Editorial Paidós. España. 2000
HUIZINGA J. Homo Ludens. El juego y la cultura. Fondo de Cultura Economica México 1943


 
[2] Una atenta recolección del término estado-teatro en historia se encuentra en la obra sobre Historia Universal del Estado del Doctor Bernd Marquardt.
[3] GEERTZ Clifford. Negara. El Estado-teatro en el Bali del siglo XIX. Editorial Paidós. España. 2000. Pág.
[4] Podría discutirse si el Negara es una estado en el sentido moderno del termino.
[5] GREERTZ, Óp. Cit. Pag. 28
[6] GREERTZ, Óp. Cit. Pág. 218 y 219.
[7] GREERTZ, Op. Cit. Pág. 218
[8] EVREINOFF, Nicolas. El teatro en la vida. Ediciones Ercilla,1936,  pág. 84-85
[9] BALANDIER, Óp. Cit. pág. 17 y 18
[10] GREERTZ, Óp. Cit. Pag. 192
[11] BALANDIER, Óp. cit, pág. 23
[12] BALANDIER Óp. cit. pág. 35

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