ESTADO-TEATRO Y TEATROCRACIA
El término Estado-teatro es usado principalmente por historiadores y
antropólogos. Por historiadores principalmente para hacer alusión al antiguo
régimen como lo hace Norberto Elías[2].De otro lado el antropólogo Clifford Geertz, lo aplicará
al Estado de Bali, donde el Estado es el rito en sí mismo y el rey un
protagonista de ese rito, si bien el más importante, y “la interconexión entre
estatus, pompa y gobierno no solo permanecen visibles, sino que se pregona. Lo
que nuestro concepto de poder público oscurece, el de los balineses lo expone”[3]
Geertz, hará desde una reconstrucción del “Estado”[4] de Bali del siglo XIX o Negara, una crítica radical, a
la forma en que la teoría política contemporánea viene asumiendo el papel de la
teatralidad en el Estado. El estudio de Bali, una sociedad que en el siglo XIX
se muestra como un terreno propicio para analizar las formas de organización
tradicional, se convierte a su vez en un ejemplo paradigmático de los límites
de las teorías políticas desde el siglo XVI.
Geertz se refiere a Bali como un
Estado-teatro, no en el sentido de que el teatro que se practica en Bali cumpla
una función social fundamental, aunque esto sea cierto. Ya Artaud se había
referido al teatro Balines como un ejemplo a seguir en su proyecto de teatro de la crueldad, y recordemos que este
planteamiento de Artuad, como Susan
Sontag señaló, se trata de una revolución cultural, no política, a través del
teatro. Sin embargo Clifford no hará referencia
alguna a este teatro ya universalmente famoso.
En palabras del autor: “la naturaleza expresiva del Estado Balines estuvo dirigida hacía el espectáculo, la ceremonia, la
dramatización de la desigualdad social y el orgullo de rango. Era un Estado-
teatro “en que los reyes y príncipes eran los empresarios, los sacerdotes los
directores y los campesinos el reparto secundario, los tramoyistas y la
audiencia. Estos eventos con costos altísimos no eran medios para fines
políticos eran fines en sí mismos, era para lo que servía el Estado. El poder
servía a la pompa, no la pompa al poder”.[5]
Que esto sucediera de dicha forma lo demuestra el autor, a través de la
forma misma en que el Negara en cabeza de su rey asumía la invasión de su
reino. En
1891 el último de los reyes Mengwi (un
palatinato situado a 15 kilómetros de la capital actual Den Pasar) se encontró
sitiado por sus enemigos habituales (Tabanan y Badung), se encontraba totalmente sitiado, ya viejo y
enfermo pidió a sus sirvientes que lo
transportaran desde el palacio hacia los invasores en su palanquín. Los
tiradores contrarios lo esperaban,
dispararon, el rey cayó y nadie le ayudó a levantarse. Los enemigos se
acercaron ha aprehenderlo él rechazó ser
capturado y por debido respeto tuvieron que matarlo. Igual sucedió en 1906
cuando el ejército Holandés llegó a Sanur, el rey, sus mujeres, sus hijos y su
sequito marcharon contra el fuego. Cuando el rey y el príncipe fueron
capturados, aprovecharon un descuido para suicidarse. La historia se repitió en
1980 en Klung klung, capital nominal de Bali.
De esta forma moría el
antiguo orden, tal como había vivido, absorto en el espectáculo ceremonial.
Otro ejemplo, es la
incineración como quintaesencia de la ceremonia real. Geertz rescatará
el texto de un holandés que narra el
asombro que dicho ritual de incineración de un imporante rey le causó. En
efecto, se trata del más pomposo de los rituales donde todo el reino e incluso
representantes de otros reinos, se lanzan en una procesión eufórica, llena de
música y de colores. El cuerpo finalmente será incinerado de manera ritual
junto con las esposas del rey que saltaran vivas y con la mayor convicción e
incluso alegría, hacia las llamas, como expresión final de su fidelidad.
Geertz, señalará otros aspectos como la distribución del palacio que se
convierte en una especie de teatro donde serán representados una y otra vez
dramas acerca de la ascendencia y la subordinación. Otros aspectos serán,
además del ceremonial ejemplar y la jerarquía de modelo y copia, de los
anteriores, la competición expresiva y realización icónica; el pluralismo
organizacional, la lealtad micro fragmentada, etc.
Sin embargo, no porque la sociedad balinesa se nos muestre tan diferente
puede concluirse que se trate de un caso único al que merezca por su misma
particularidad aplicarse el apelativo de Estado-Teatro. Ni siquiera podría ser
una categoría que integre a todas las sociedades tradicionales donde la
relación entre formas políticas y religión parece evidente.
Bali solo se constituye para Geertz en un ejemplo, quizá el más emblemático
para poner en evidencia la deuda que las teorías políticas tienen con la
teatralidad. Para estas teorías la teatralidad siempre sirve a otro fin, sea
como amenaza para infundir temor, como espiritualización de intereses
materiales del Estado, difuminar los conflictos materiales, forma de pregonar
la intensidad de la voluntad de la nación, revestir de legitimidad moral lo que
son procedimientos recibidos, hacer que las reglas parezcan verdaderamente
establecidas. Pero en palabras de Geertz “en todas estas visiones, los aspectos
semióticos del Estado (si prefigurando una aproximación alternativa a los temas
entre manos, podemos empezar a llamarlos de tal manera) quedan reducidos a
folclores en el sentido más peyorativo que se le pueda dar a la palabra.
Exageran el poderío, esconden la explotación, hinchan la autoridad o moralizan
el procedimiento. Lo que no hacen es actuar, hacer.”[6]
Similar reproche ya se encontraba en el antropólogo Johan Huizinga,
cuando
expresaba: “Los jueces se salen
de la vida habitual antes de pronunciar sentencia. Se revisten con la toga o se
colocan una peluca. ¿Es que se ha estudiado la significación etnológica de todo
este aparato de los jueces y de los abogados ingleses?...Pero la peluca de juez
es algo más que una supervivencia de un viejo uniforme. En su función hay que
considerarla como bastante cercana a las danzas de máscaras de los pueblos
primitivos. Convierte a quien la lleva en “otro ser”…El elemento deportivo y de
humor que luce en los procesos judiciales con tanta fuerza, pertenece a los
rasgos fundamentales de la vida jurídica en general.”
Independiente de cual acertada es la interpretación que hace Geertz de la
teoría política contemporánea, su crítica se muestra certera al afirmar que
ninguna de estas teorías, ha otorgado el
lugar que le corresponde a la teatralidad dentro de la construcción de Estado,
su estudio etnográfico de Bali “restaura nuestra percepción de la fuerza
ordenadora de la exhibición la contemplación y el drama.” En efecto: “Cada una de
las nociones puntera desarrolladas en Occidente (dice Geertz) desde el siglo
XVI sobre lo que es el Estado- monopolio de la violencia dentro de un
territorio, comisión ejecutiva de la clase gobernante, agente delegado de la
voluntad popular, invento pragmático para conciliar intereses- tiene su propia
especie de dificultad en asimilar el hecho de que la mencionada fuerza exista
(la fuerza ordenadora de la exhibición la contemplación y el drama). Ninguna ha
producido una explicación trabajable de su naturaleza. Las dimensiones de la
autoridad que no son fácilmente reducibles a una concepción de la vida política
del tipo mando-y-obediencia, han sido dejadas a la deriva en un mundo
indefinido de excrecencias, misterios, ficciones y decoraciones. Y sistemáticamente
se ha malinterpretado la conexión entre lo que Bahegot llama las partes
dignificas del gobierno y las eficientes.
“Esta mal interpretación, puesta de manera más simple es que la función, el
oficio de las partes dignificadas es servir a las eficientes, que las primeras
son artificios, más o menos astutos, más o menos ilusorios, diseñados para
facilitar los objetivos más prosaicos del gobierno. La simbología política
–desde el mito, la insignia y la etiqueta, hasta los palacios, los títulos y
las ceremonias- no son más que el instrumento de propósitos ocultos debajo de
ella) o por encima. Su relación con los verdaderos asuntos políticos
–dominación social- son todos extrínsecos: “Divinidad estatal que obedece a los
afectos de las personas”.[7]
Y la crítica podría tener vigencia aún, si se considera que lo más cercano que
tenemos conocimiento como aproximación de
asumir la teatralidad desde lo que ella hace, se encuentra en el antropólogo
político, Balandier. Este autor se referirá a la teatrocracia, término cuya paternidad reconoce en Nicolás Evreinov, para este director y teórico
del teatro, existe asiento teatral en todas las manifestaciones de la
existencia social, en especial en aquellas donde el poder tiene un papel
importante. Dirá Evreinov:
“Examine Ud. cada rama de la actividad humana y llegará a conclusiones
similares. Verá Ud. que los reyes, los hombres de Estado, políticos, los
guerreros, los banqueros, los hombres de negocios, los sacerdotes, los
doctores, todos, pagan un tributo diario a la teatralidad, todos se someten a
los principios dictatoriales de escena.
…
“Entonces comprenderemos también que la teatralidad todo lo domina, y que
la población de nuestro planeta se encuentra gobernada, no por democracias, ni
aristocracias, o plutocracias, sino por una “teatro-cracia”. Es el único
régimen durable; está por encima de todos los regímenes políticos; ninguna
revolución puede derribarlo y sobrevivirá a todas las fases de la evolución.”[8]
Para Balandier, los sistemas de poder tienen efectos similares a los que el
teatro genera. Existe una relación íntima entre la puesta en escena y el arte
de gobernar, las técnicas dramáticas son usadas para gobernar, el gobernante
debe ser un actor político, lo que implica una apariencia, un discurso etc.,
los gobernantes deben superar las expectativas que de él se tienen, y esto no
solo en las democracias. De esto existen múltiples ejemplos, desde el Bali de
Geertz que por supuesto Balandier no nombra, pasando por el príncipe de Maquiavelo (Savaronarola) que
usa la religión para una transformación política total yterminando por cualquier presidente actual.
El gran actor político, dirá Balandier, se servirá de lo imaginario para
dirigir lo real, “puede, por otra parte, centrarse en una u otra de las
escenas, separarlas, gobernar y hacerse él mismo espectáculo. El imaginario
clásico proyecta sobre la escena en que se cumple el drama lírico las
representaciones de un orden totalmente armónico. Produce ilusión y, haciéndolo,
la justifica”[9].
Sin embargo, aún para Balandier la teatralidad sirve a algo más, en este
caso a la legitimidad, un poder
establecido únicamente a partir de la fuerza o la razón únicamente, se vería
constantemente amenazado, por lo que necesita de la teatralidad que tiene
múltiples modelos, desde una forma religiosa que convierte el poder en una réplica
o manifestación de otro mundo, como en el caso de Bali, que Geertz llama la
doctrina del centro ejemplar, “corte y capital es la vez un microcosmos del orden
sobrenatural (una proyección en escala menor) y la encarnación material del
orden político”[10].
En otros casos, se acude al pasado colectivo y
también al mito del héroe, que será una forma agudizada de teatralidad,
sin importar sus capacidades, al héroe
lo hace su fuerza dramática, el héroe señalará el futuro promisorio para sus
súbditos.
La Democracia es para este autor el sistema donde la teatralidad es más
débil, el poder se vale principalmente del arte de la persuasión, y solo en
épocas de crisis adquirirá la teatralidad nueva fuerza. Con la utilización de
los medios de masas por parte del poder, el Estado se transforma en
Estado-espectáculo, “el teatro de ilusiones”, pero se trata solo de una
ampliación de la teatralidad que siempre ha existido en las relaciones de
poder. No solo las formas de gobierno sino las circunstancias influyen en el
aumento de la teatralidad, como la desigualdad, el dominio exterior, el triunfo
de la revolución. Pero independiente del régimen, todo poder político obtiene
subordinación a través de la teatralidad, aunque esta sea más ostensible en
unas que en otras. La teatralidad representa a la sociedad gobernada, le da una
visibilidad en el exterior a su vez que le da una imagen de sí misma.
El poder usa el teatro para “señalar su asunción de la historia
(conmemoraciones), exponer los valores que exalta (manifestaciones) y afirma su
energía (ejecuciones)”[11].
Es este el más dramático de todos los aspectos porque activa la violencia de
las instituciones y porque sanciona públicamente la transgresión que la
sociedad y el poder han declarado inviolables.
El autor refiere formas en que se despliega el poderío político como en la
arquitectura, lo cual también señalaba Geertz cuando hacia un análisis de la
arquitectura del palacio al que ya se aludió, también al silencio y a un
lenguaje propio.
Balandier dará una respuesta a alguno de los interrogantes que el estudio
de Geertz dejaba entrever, dirigido a la
no aplicación exclusiva de la categoría Estado teatro en una sociedad
tradicional como la de Bali en el siglo XIX, esta vez bajo el nombre de
teatrocracia; al igual que la falta de justicia que se le hacía a este Estado-teatro
al intentar comprenderlo desde las la
teorías políticas contemporáneas, parecía acertada. En efecto, la extensión de dichas críticas a
los Estados modernos, parecía no ser tan evidente, pero Balandier, dirá que
“las sociedades de la modernidad permanecen en relación con todos estos
aspectos, más próximas a la tradición de lo que podría antojarse. Han cambiado
el modo de la representación, puesto que han sufrido los efectos de la
laicización, pero no por lo que se refiere a lo esencial”[12].
Podríamos preguntarnos qué tan cercano está realmente Geertz de Balandier,
este último en algunos apartes parece caer en lo que Geertz criticaba a las
teorías políticas contemporáneas, cuando muestra la teatralidad no como un fin en sí misma, sino como una forma de legitimar el poder,
solo que a diferencia de estas teorías políticas que Geertz critica, Balandier
le dará un importante papel a la teatralidad, quizá el mas importante.
BIBLIOGRAFIA
BALANDIER, Georges. El poder en escena. Ediciones Paidos. 1994
EVREINOFF, Nicolas. El teatro en la vida. Ediciones Ercilla,1936
GEERTZ Clifford. Negara. El Estado-teatro en el Bali del siglo XIX.
Editorial Paidós. España. 2000
HUIZINGA J. Homo Ludens. El juego y la cultura. Fondo
de Cultura Economica México 1943
[2] Una atenta recolección del término
estado-teatro en historia se encuentra en la obra sobre Historia Universal del
Estado del Doctor Bernd Marquardt.
[3] GEERTZ Clifford. Negara. El Estado-teatro
en el Bali del siglo XIX. Editorial Paidós. España. 2000. Pág.
[4] Podría discutirse si el Negara es una
estado en el sentido moderno del termino.
[5] GREERTZ, Óp. Cit. Pag. 28
[6] GREERTZ, Óp. Cit.
Pág. 218 y 219.
[7] GREERTZ, Op. Cit. Pág. 218
[8] EVREINOFF, Nicolas. El teatro en la vida.
Ediciones Ercilla,1936, pág. 84-85
[9] BALANDIER, Óp. Cit. pág. 17 y 18
[10] GREERTZ, Óp. Cit. Pag.
192
[11] BALANDIER, Óp. cit, pág. 23
[12] BALANDIER Óp. cit. pág. 35